En el paseo de Sokólniki – Antón Chéjov

El día 1 de mayo se inclinaba al anochecer. El susurro de los pinos de Sokólniki y el canto de los pájaros son ahogados por el ruido de los carruajes, el vocerío y la música. El paseo está en pleno. En una de las mesas de té del Viejo Paseo está sentada una parejita: el hombre con un cilindro grasoso y la dama con un sombrerito azul claro. Ante ellos, en la mesa, hay un samovar hirviendo, una botella de vodka vacía, tacitas, copitas, un salchichón cortado, cáscaras de naranja y demás. El hombre está brutalmente borracho… Mira absorto la cáscara de naranja y sonríe sin sentido.

-¡Te hartaste, ídolo! -balbucea la dama enojada, mirando confundida alrededor-. Si tú, antes de beber, lo pensaras, tus ojos son impúdicos. Es poco lo que a la gente le repugna verte, te arruinaste a ti mismo todo el placer. Tomas por ejemplo té, ¿y a qué te sabe ahora? Para ti ahora la mermelada, el salchichón es lo mismo… Y yo me esforcé pues, tomé lo mejor que había…

La sonrisa sin sentido en el rostro del hombre se convierte en una expresión de agudo pesar.

-M-masha, ¿a dónde llevan a la gente?

-No la llevan a ningún lugar, sino pasea por su cuenta.

-¿Y para qué va el alguacil?

-¿El alguacil? Para el orden, y acaso y pasea… ¡Epa, hasta donde bebió, ya no entiende nada!

-Yo… no estoy mal… Yo soy un pintor… de género…

-¡Cállate! Te hartaste, bueno y cállate… Tú, en lugar de balbucear, piensa mejor… Alrededor hay árboles verdes, hierbita, pajaritos de voces diversas… Y tú sin atención, como si no estuvieras ahí… Miras, y como en la niebla… Los pintores se empeñan ahora en reparar en la naturaleza, y tú como un curda…

-La naturaleza… -dice el hombre y mueve la cabeza-. La na-naturaleza… Los pajaritos cantan… los cocodrilos se arrastran… los leones… los tigres…

-Delira, delira… Toda la gente va como gente… pasea de la manita, escucha la música, sólo tú estás en el escándalo. ¿Y cuándo alcanzaste eso? ¿Cómo yo no lo advertí?

-M-masha -balbucea el cilindro, palideciendo-. Pronto…

-¿Qué te pasa?

-Deseo ir a casa… Pronto…

-Espera… Cuando oscurezca, entonces nos iremos, pero ahora es una vergüenza ir: te vas a tambalear… La gente empezará a reírse… Siéntate y espera…

-¡N-no puedo! Yo… yo a casa…

El hombre se levanta rápido y, tambaleándose, sale de la mesa. El público, sentado en las otras mesas, empieza a burlarse… La dama se confunde…

-Que me mate Dios si vengo contigo una vez más -balbucea ésta, apoyando al hombre-. Es sólo una deshonra… Bueno sería si fuera legítimo, pero así pues… por gusto.

-M-masha, ¿dónde estamos?

-¡Cállate! Si te avergonzaras, toda la gente te señala con el dedo. ¿Para ti es pues, «como el que oye llover», pero para mí cómo es? Bueno sería si fuera legítimo, pero así… pues… Me da un rublo y me reprocha un mes: «¡Yo te alimento! ¡Yo te mantengo!» ¡Mucha falta me hace! ¡Y a mí no me importaba tu dinero! Voy a agarrar y me voy a ir con Pavel Ivanich…

-M-masha… a casa… Alquila a un cochero…

-Bueno, ve… Camina por la alameda derecho, y yo iré por el ladito… Me da vergüenza ir contigo… ¡Ve derecho!

La dama pone a su «ilegítimo» de cara a la salida y le da un ligero empujón por la espalda. El hombre se abalanza adelante y, tambaleándose, tropezando con los transeúntes y con los bancos, se apresura adelante… La dama va detrás y vigila sus movimientos. Está confundida y alarmada.

-¿Un palito, señor, no desea? -se dirige al hombre que camina una persona con un hatillo de palos y cañas. -Los mejores… de guindilla… de bambú…

El hombre mira atontado al vendedor de palos, después se vuelve atrás y corre en dirección opuesta. En su rostro hay una expresión de horror.

-¿A dónde diablos vas? -lo detiene la dama, cogiéndolo por la manga-. Bueno, ¿a dónde?

-¿Dónde está Masha?.. M-masha se fue…

-¿Y yo quién soy?

La dama toma al hombre de la mano y lo lleva a la salida. Le da vergüenza.

-Que me mate Dios si vengo contigo una vez más… -balbucea ésta, toda roja de la vergüenza-. Por última vez soporto esta deshonra… Que me castigue Dios… ¡Mañana mismo me voy con Pavel Ivanich!

La dama, con timidez, levanta los ojos hacia la gente, en espera de ver en los rostros sonrisas burlonas. Pero sólo ve rostros de borrachos. Todos se tambalean y dan cabezadas. Y se siente más aliviada.